El trágico final de la última familia Imperial.

La última familia Imperial en Rusia no tuvo la aceptación que se esperaba, ni alcanzó la popularidad de sus antecesores, como líder, Nicolás gozó de pocos éxitos pero como cabeza de su familia era ejemplar y siempre lucho por el bienestar de los suyos, adoraba a su esposa Alejandra, y ella lo adoraba a él, fueron afortunados, puesto que en aquellos años la regla general era que los reyes contrajeran matrimonio por conveniencia y no por amor, pero todo cambio para la familia Imperial en 1914,  cuando comenzó la Gran guerra, San Petersburgo tomó el nombre de Petrogrado, allí se concentraban decenas de miles de obreros y soldados, en los que hicieron mella tanto el caos económico y el desabastecimiento como las derrotas ante Alemania, en febrero de 1917, estalló una revolución y el zar considerado culpable de la crisis, tuvo que abdicar, y empezaron a salir a la luz los más oscuros secretos, la residencia oficial de los zares fue el palacio Alexander, y no en el palacio oficial, y fue así porque en ese lugar, Alejandra, de origen alemán y que no hablaba ruso, no sentía el rechazo que la corte manifestó hacia ella desde el primer momento y ahí pudieron mantener en secreto la enfermedad del zarévich Alexei: la hemofilia, misma que podía incapacitarlo para heredar el trono, la zarina Alejandra heredó la hemofilia de su abuela, la reina Victoria del Reino Unido, y se la transmitió a su hijo Alexei, esta enfermedad afecta la coagulación de la sangre, de manera que cualquier lesión menor puede causar serios problemas, en el caso de Alexei, un pequeño golpe podía desencadenar una intensa hemorragia interna y hacer que sus venas corrieran el riesgo de romperse, sus articulaciones eran muy vulnerables; si se le inflamaban, el tejido dañado le presionaba los nervios, causándole un intenso dolor, entonces no había ningún remedio para esta enfermedad, y la esperanza de vida de un hemofílico era de unos 14 años, por eso Alejandra confió fervientemente en los poderes sanadores de Rasputín, quién tenía una reputación ambigua, debido a su comportamiento promiscuo, sus poderes sanadores y su capacidad de predecir el futuro pero su poderosa influencia sobre la zarina condujo a su asesinato por miembros de la familia real en 1916. Las derrotas en el frente y la conducta de Rasputín hicieron que el pueblo ruso se volviera contra el zar y su familia, en 1917 los bolcheviques tomaron el poder y Lenin quedó al frente de Rusia. Desde que empezó el cautiverio de los zares, poco a poco, cada vía de escape se iba cerrando, hasta que sólo quedó una y era la peor: Ekaterimburgo, donde fueron llevados y permanecieron en cautiverio, Alejandra se llevó consigo sus cuadros favoritos, la vajilla de plata, la porcelana china, los manteles de lino, su fonógrafo y sus discos, las cámaras de fotos y un baúl lleno de álbumes de fotografías y en la primavera de 1918 fueron llevados a Ekaterimburgo, ciudad conocida por su fervor antizarista, por lo que llegando les confiscaron las cámaras fotográficas, Tatiana y Anastasia las hijas del zar se entretenían en los jardines del Palacio Alexander y ahora en Ekaterimburgo, sin jardines, sufrían su encierro en la casa Ipatiev, ya que estaba rodeaba de madera y estaba tan alta que desde el interior no se podían ver las copas de los árboles que estaban fuera; casi a su llegada un sacerdote fue requerido para oficiar una misa; fue una de las últimas personas del exterior que vio con vida a la familia imperial, ya que tres días después, en la madrugada del 17, los Romanov y sus cuatro sirvientes fueron asesinados en una habitación de 3 x 4 metros situada en el sótano de la casa, Yakov Yurovsky, quien organizó la ejecución de los Romanov dijo que Los Romanov tenían que ser asesinados porque eran el símbolo supremo de la autocracia, y aunque la familia le caía bien y mencionó sentir compasión en especial por las duquesas que eran chicas normales y el pobre y frágil Alexei quién tenía unos ojos dulces e infantiles, llenos de tristeza, también refirió que la familia no parecía ser conscientes de su destino, se colocaron sillas para Alejandra y Nicolás, mientras el resto aguardaba en pie, Yurovsky se les acercó con los verdugos tras él, en la entrada y les leyó a los prisioneros la declaración donde la Dirección General del Soviet Regional, satisfaciendo la voluntad de la revolución, había decretado que debía ser fusilado, al termino de la lectura comenzaron a disparar a la familia, el zar que era el objetivo principal murió a causa de varios disparos, la zarina murió después de que una bala le alcanzara la cabeza, las grandes duquesas parecían ilesas, ya que las joyas que habían escondido en sus corpiños pudieron actuar como escudo durante el ataque inicial pero uno de los asesinos perdió el control por completo y empezó a acuchillar a los Romanov con una bayoneta. Tras veinte minutos de horror, de disparos, apuñalamientos y golpes, la familia y sus sirvientes estaban muertos, los once cuerpos fueron cargados en un camión, el proceso de deshacerse de los restos fue caótico primero los dejaron en una mina poco que los bolcheviques intentaron volar con granadas, pero el pozo quedó intacto y retiraron los cuerpos rápidamente y de camino a la nueva sepultura, el camión quedó atrapado en el fango, entonces sacaron dos de los cuerpos  al parecer los de Alexei y María y se deshicieron de ellos en el bosque y los otros nueve cuerpos se se quemaron y se enterraron en una fosa, la casa Ipatiev fue demolida en 1977 y en 1979 se encontraron unas tumbas cerca de Ekaterimburgo, pero el hallazgo se mantuvo en secreto hasta después de la caída de la URSS y en 1991, se exhumaron los restos de nueve personas, que después se analizaron y se identificaron como Nicolás, Alejandra, Olga, Tatiana, Anastasia y sus cuatro sirvientes, en 1998, los restos de la familia fueron enterrados en San Petersburgo, y en el año 2000, la Iglesia rusa ortodoxa canonizó a Nicolás, Alejandra y sus cinco hijos como “portadores de la pasión”, y en 2007 se hallaron los restos de Alexei y María, que se identificaron gracias al análisis de su ADN, Nicolás, el último zar de Rusia era un hombre que no había nacido para reinar. Su carácter tímido y su fe inquebrantable en su propio derecho divino al trono lo hicieron sordo al clamor de un país que necesitaba cambios profundos, precipitando el fin de la Rusia imperial, la iglesia de la Sangre Derramada, en Ekaterimburgo, se levantó en el solar que había ocupado la casa Ipatiev, donde fueron asesinados los Romanov, cuyo único delito fue no ver la maldad de la gente.

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