No sabía que la ofrenda sería para él

En esta semana tuvimos la celebración de Todos los Santos, que es cuando se dice que vienen los difuntos va visitar a su familia. Y hay quienes no creen que eso suceda como lo cuenta una leyenda huasteca. Un hombre que no consideraba que las ánimas de los difuntos llegaran, pero su esposa sí acostumbraba poner el altar a los miembros de la familia fallecidos, en especial, para su papá a quien le puso lo que más le gustaba comer. Su esposo siguió su vida normal trabajando cuando de repente escuchó murmullos de personas que iban en el camino. Volteó a ver y vio a siluetas de personas que iban contentos, unos cantando, otros bailando, llevaban canastas en la cabeza. Unos llevaban racimos de plátanos. Las señoras iban cargando en la cabeza canastas con tamales; llevaban tamales chicos y grandes, llevaban atole, lo cargaban en cántaros, lo llevaban en jarros; otros llevaban mazorcas en mancuernas, todos iban muy contentos.
Entonces el señor pensó́: “Ya veo que esas personas no son gente de verdad, porque no las conozco; van otros señores que hace años he visto. Pobre de mi papá”, dijo, y pensó́ que venía su papá. En ese momento vio venir a su papá, quien llevaba al hombro la rama de wax tierno. Su mamá llevaba en la cabeza una jícara de enchiladas, tapaditas, así́ como debe de ser, eso llevaban sus papás, el señor se entristeció́. “Ahora ya lo creo, todos los difuntos, todas las ánimas vienen”, dijo, y entonces los llamó: “Papá, papá, mamá, mamá quiero hablar con ustedes, yo no creía. Dispénseme, yo no sabía que ustedes venían a visitarme; ahora veo que de veras es cierto. Hagan el favor de esperarme un poco, voy a hacer también una ofrenda grande, ahora ya sé que de veras vienen.”
“Pero nosotros no podemos —contestó el papá— yo ya me voy, nosotros ya nos vamos, pero si quieres verme y dejarme la ofrenda, hazla, te espero en el portal de la iglesia, allá́ te espero mañana, antes de que empiece la misa.”
Bueno, entonces eso fue lo que hizo el señor, regresó a su casa. Mató puerco y pollos e hizo tamales grandes. Puso el altar; estuvo preparando ofrenda toda la noche para que cuando amaneciera la gente fuera a hacer el rosario, a rezarle a las ánimas de sus papás. En el momento que terminó sus quehaceres, sintió́ que le dio cansancio y le dijo a su esposa: “Voy a descansar, así́ tan pronto cuando estén ya cocidos los tamales pruébalos y avísame. Cuando termines despiértame, vamos a llamar al rezandero y vamos a rezarles. Voy a ir a dejar la ofrenda allá́ donde me va a esperar mi papá.” Y el hombre se fue a descansar a su cama; descansó y como a la hora le fueron a hablar, pero el hombre ya no estaba con vida. Estaba muerto. Murió́ en su cama. Cuando la señora vio finado a su esposo, avisó a los vecinos, a los familiares.
Los tamales y la ofrenda que se hicieron para su papá se los comieron los que ayudaron a enterrar al difunto.

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